Para muchos que queremos pasar desapercibidos estos
días de “célebres” liturgias y, no caemos víctimas del protocolo y parafernalia
que conlleva y atrapa a la gente en un submundo de diversión fugaz, haciendo
odas al consumismo en la que está sumida la sociedad y ésta se niega a
abandonar; debemos buscar alternativas que sean acordes a nuestras satisfacciones
y preferencias.
Una
de las mías es el cine, y en estos días he dado, por casualidad, con una
película que conocía de su existencia pero nunca he tenido oportunidad de verla
hasta el pasado día 1 de enero. Hablo de la película española También la
lluvia, dirigida por Icíar Bollaín y protagonizada por Luis Tosar y Gael
García Bernal entre otros.
También la lluvia es una película dentro de otra
película porque narra el rodaje de un
filme de época en torno al mito de Cristóbal Colón, al que muchos pintan como
un hombre obsesionado por el oro, cazador de esclavos y represor de etnias. En
un contexto basado en hechos reales del año 2000, cuando la población de una de las naciones más pobres de
Suramérica, Bolivia, se levantó contra una poderosa multinacional
estadounidense y recuperó un bien básico: el agua. Las protestas de trabajadores y campesinos, las huelgas y
manifestaciones dejaron la ciudad de Cochabamba aislada
durante días y días, después de que la compañía norteamericana Bechtel intentara subir de manera disparatada el precio del
agua (un 300%). La dimensión de la protesta fue tal que Bechtel abandonó el mercado boliviano, el contrato del agua
quedó cancelado y se instaló una nueva compañía bajo control público.
Represión,
miedo, guerra, impotencia son algunas de las sensaciones que arroja el
desarrollo de la trama. El paralelismo de dos épocas muy distantes pero en un
contexto muy similar: La erradicación de los recursos básicos para la vida
humana por potencias extranjeras.
Todo lo que sucedió en Bolivia en
el año 2000 viene a colación con lo que está ocurriendo en España en la
actualidad, es decir, privatizaciones, recortes, empobrecimiento de la sociedad
a manos de organismos internacionales. La única diferencia es muy clara, en
Bolivia la población se levantó y los echó; en España todavía les abrimos las
puertas y aceptamos su codicia.
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