Sin entrar en asuntos tan escabrosos como son las creencias
religiosas y respetando la libertad de conciencia de cada individuo, he de
decir que la Navidad no me gusta, me aburre, me provoca un sentimiento de
nostalgia, sobre todo cuando he perdido seres queridos no hace mucho tiempo y sé que esta vez no celebraré nada con ellos. Y, por qué no decirlo, también cierta
incertidumbre debido al cambio de año que casi siempre nos supone ciertas dudas
existenciales sobre nosotros mismos y sobre lo que queremos ser y hacer a partir del 1 de enero.
Otra
razón que podría contribuir a mi desapego con la Navidad es que el sentido de
ésta ha cambiado. Las fiestas navideñas eran un momento muy especial cuando las
familias se veían menos, cuando se comía peor, cuando para muchos tenía un
significado específico. Ahora se han convertido para muchas familias en algo
muy material, unos días que generan expectativas, obligaciones y estrés pero
que a muchas personas les aportan relativamente poco. Este sentimiento de
decepción general con la Navidad nos afecta cuando nos reunimos y nos hace más
sensibles al secuestro emocional.
Conozco a mucha gente que adoraba la Navidad porque era
significado de disfrute y de fiesta pero que este año no lo será debido al panorama que por culpa de la crisis, estamos todos sufriendo. Ante esta
situación, existe el grave peligro de pensar: “La vida es un asco, pero no
tengo más remedio que aguantarme…”. Eso sería resignación, y es lo peor que nos
puede pasar, sobre todo en estas fechas tan “celebradas”.
Como ciudadanos que somos, tenemos que lograr comprender lo
que nos ocurre día a día, aceptarlo y sacarle partido. No es fácil, habrá
momentos de nostalgia y la felicidad no vuelve de repente, pero lo importante
es sentir que por fin estamos mirando hacia delante con un poco de ilusión y
esto mismo contagiarlo a las personas de nuestro entorno, ayudarles en su
exasperación; que cualquier momento pasado fue peor y que cada día nos espera
algo nuevo si nosotros queremos y lo intentamos. No sabemos el día en que se nos presentará una gran oportunidad, muchos creen que nunca, pero por lo menos intentemos encontrarlo, ir a por él. Este espíritu tan solidario y
humano es el que debemos fomentar y trasladar con los demás, sobre todo, con los que están peor que nosotros. Es tarea de todos. Utilicemos la Navidad para homenajear nuestra lucha en pro de la solidaridad y vida social que hemos tenido todo el año. Hasta que esto no ocurra, no creo que me guste mucho la Navidad.